sábado, 14 de diciembre de 2013

Tú eres mis mejores medias,
y mi mejor abrigo.
Ante mis libros, la soledad casi no se siente,
pero sigue siendo soledad.
Y mil flores no son suficientes,
ni mil anillos,
pero contigo todo es diferente.
El placer siempre está latente,
y las luces en el pasillo
se vuelven relucientes
aunque oscuras si no estás.

Tú eres la torre más alta,
desde donde veo todas las estrellas,
mi mayor necesidad, mi licor de cereza,
mis labios sellados ante la indiscrección
y la prudencia
de mirar por la ventana y dibujar un corazón,
como en los sellos de colección
que barajeo en la cabeza,
como en los muelles del balcón
decorados con maleza,
o el flirteo con el aire y su poder de seducción.

Me gusta ser tu presa, tu almohada, tu cáliz
donde beber cerveza,
tus tiernos labios,
tus arqueadas cejas,
tu infinito sin terminar de colorear.
Tus parpadeos de mentira,
tu mirada junto a la mía,
despertándonos, cada día
recibiendo un mismo sol.
Donde todo es más tranquilo,
con iones negativos
y subidas de tensión.

Y la locura que se guarda
entre los pliegues de mi falda
se va con la tristeza,
se evapora y en resumen:
el dolor nunca existió.






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