Con ayuda de Dámaso, te intuyo
“perdido, lejano, ausente”,
en tu propio mar de sufrimientos.
Pero entonces en mis sueños
reapareces,
y dejo de creer en la poesía, en “Los
hijos de la Ira”,
lo dejo todo por ti, por nuestro
silencio.
(RECUERDOS, MELANCOLIA)
Soplan los vientos del Oeste, tu nombre
repiten.
Las flores del mal se han cerrado,
y muriendo están las abejas en la
oscuridad.
¿Es que nadie les va a abrir la
puerta?
Bajo el suelo húmedo
intuyo el movimiento de los caracoles,
y su baile, como una rapsodia bohemia,
me obliga a caer, a encontrar guaridabajo las alas de Lucifero.
Así perdí la agonía de vivir.
Así dejé de creer en la verdad.
Así dejé de creer en la verdad.
Pero el cielo dejó de ser gris hace horas;
ahora es negro de Marte.
La lluvia, afilada, sigue cayendo sobre
mí,
y pienso de nuevo en tus sollozos, amor
mío.
En todas las tormentas que pasé por
encontrarte,
en todas las fiebres que tuve que
sudar,
en los gritos que hasta el mismo Hades
pudo oír.
(LLEGO LA LUZ)
Entre tanto, un casual encuentro con la
vida y el arte
me hace dudar. El mundo
se muestra sublime, hermoso, incluso
fácil;
somos cómplices de nuestro destino,
vanguardistas de nuestra propia
historia.
¿Cómo quieres que te busque,
si las costas de Galicia me acarician
como las raíces de los árboles al
agua,
como un romance acaricia la locura?
No, amor mío, ya no más.
No voy a atravesar océanos ni
volcanes,
ni me enfrentaré a feroces bestias
sedientas de dolor.
Bajo las mantas de Nyx y el lecho de
Enebos,
juro a los astros, mi amor,
por el ARGES,
por el ASTÉROPES,
y por el BRONTES...
Que a partir de ahora sólo habrá luz.